
07 Feb #tradwives, ¿y si recuperamos los valores de antaño?
Tías, ¿vosotras os consideráis tradicionales? Hoy he visto esta noticia de Smoda, que entre que me ha dado asco/miedo y me ha molado un montón. Va de unas mujeres que han decidido volver a los “valores tradicionales” del matrimonio, es decir, a ser amas de casa y tener sus hogares, hijxs, cuerpos y mentes a punto para cuando llega su esposo, cansado del trabajo, ready para recibir un masajito en las sienes, tener las zapatillas en la puerta y una copita de anís que le abra el apetito antes de cenar en familia escuchando La Linterna. “Estos putos sociatas nos van a llevar a la ruina”, comentará en voz alta sin ánimo de entablar una conversación.
Juicio permanente
Así que, sin querer desmerecer a las anteriores y las siguientes, he estado dándole vueltas a lo difícil que ha sido pertenecer a nuestra generación. Hemos crecido con unos valores que hemos tenido que poner en duda. Nos hemos reinventado por completo como mujeres, como trabajadoras, como parejas, como solteras, como lesbianas, como heteros, como madres, como amantes del sexo duro y de los platitos cuquis de té. Si somos “demasiado” libres, malotas, si somos más apegadas a la tradición, gilipollas. Si nos salimos de los cánones de la feminidad, puede que interesantes, pero en ningún caso “deseables”; si entramos en ellos, niñas pequeñas que no saben decidir por sí mismas. HAGAMOS LO QUE PUTOHAGAMOS, TODO MAL.
Se ve muy bien lo jodido que lo tenemos cuando hablamos de lactancia. Últimamente ha habido mucha controversia alrededor del nombramiento de Beatriz Gimeno como directora del Instituto de la Mujer. Al parecer, Gimeno se ha pronunciado en varias ocasiones no especialmente a favor de dar teta a nuestrxs vástagxs (por decirlo de forma suave), porque considera que ayuda a mantenernos atadas, un factor más para dar continuidad a la desigualdad entre hombres y mujeres. En contra de su postura, muchas defensoras de dar el pecho alegan que amamantar nos empodera, que contribuye a que conectemos con nuestra auténtica naturaleza y que decir (o decidir por nosotras) lo contrario es infantilizarnos. Decidas lo que decidas, para un sector de la sociedad lo estarás decidiendo MAL.
Es un tema que despierta muchas emociones y las posturas son muy radicales en uno u otro sentido. Yo no me considero tetactivista. He dado mucha teta y procuro que las mujeres que se inclinan por hacerlo se sientan lo más cómodas posible. Entiendo los motivos para la postura de Gimeno, y también entiendo perfectamente a sus detractoras, y supongo que soy una mezcla de las dos. No estoy a muerte con ninguna. Entiendo que muchas mujeres se sientan atacadas por lo que dice Gimeno. Entiendo que Gimeno considere la lactancia otra forma de subyugarnos del heteropatriarcado. Entiendo que el neoliberalismo nos desconecta de nuestra naturaleza y nos cosifica alejándonos de lo que de verdad somos para sacarnos los cuartos. Pero, a lo que voy: sobre todo, entiendo que ESTOY TENIENDO QUE PUTOENTENDER TODO EL RATO TODO TIPO DE POSTURAS, PORQUE TODAS Y NINGUNA ME REPRESENTAN.
Crisis continua
Antes estaba claro el lugar donde te tenías que ubicar, lo “deseable”, lo “natural”, lo “bueno”. Es verdad que las mujeres iban hasta las trancas de Optalidón y que inhalaban callandito leña de otro hogar, pero, chica, al menos no tenían que reinventarse y superarse todo el rato. Nosotras estamos agotaditas. Vale, puede que ahora seamos más dueñas de nuestras vidas, que no tengas que ser feliz en tu matrimonio aunque tu marido sea el mismo demonio, pero ¿CUÁLES COPÓN SON NUESTROS VALORES? Resulta que yo soy súper moderna y paso del matrimonio y esos rollos, que no me atrae mucho la idea de tener hijos, pero es que luego deseo mazo tener un hijo y, mira, me caso, que va a ser todo más fácil. Y donde antes decía calimocho Blursh-Cola y pantalón rachado, ahora digo galletitas caseras y cuellos con almidón. Y ambas son yo, y con ambas tengo que lidiar. Y, lo peor de todo: ambas son malas, por hache o por be. Porque eres una guarra, o una pija, o una perdida, o una lo que sea. PORQUE SIEMPRE HAY MANERA DE JUZGAR A UNA MUJER, PORQUE NUNCA ES LO QUE SE ESPERA DE ELLA.
Así que estas #tradwives han decidido que están hasta las bragas de decidir y que qué mejor que volver a los valores de antaño, cuando no tenían que hacerlo, o hacerlo de forma muy acotada. Cuando podían no repensar su figura constantemente. Cuando todo estaba en orden.
Y eso nos da miedo, porque hemos ido des-perdiendo muchas cosas en estos años, porque la lucha de las mujeres nos ha ido poniendo en un lugar menos malo, porque aún queda taaaanto por hacer. Pero, por otro lado, también nos puede atraer, porque el olor a guisos, flores, ventanas abiertas y maletines de cuero nos conectan con los valores que vivimos en nuestra infancia, y eclipsa las sesiones de gritos y el “niñas, recoged la mesa” mientras tus hermanos se quedaban hablando del Buitre con papá.
Así que, ¿dónde nos situamos?
Pues… en el lugar perfecto. Yo creo que, en general, lo estamos haciendo de puta madre. Creo que estamos consiguiendo quedarnos con lo más guay de lo tradicional (leer cuentos, los manteles de flores, bicis de madera, azulejos, la vuelta de la falda cinturera) y lo mejor de la evolución social (la dignidad, así a bote pronto). Eso nos obliga a seguir lidiando con la crítica, a reconfigurarnos de forma permanente, al choque interno de valores, pero a la vez, nos hace cada vez más grandes y completas, más libres, más fuertes y más fuck the world (FCK NZS).
Muchas mujeres, sobre todo cuando se hacen madres, descubren que conectan con valores tradicionales que creían erradicados de su ser. Esto les perturba. Esto nos perturba, perdón. Pero es que tradición y avance no tienen por qué ser excluyentes. No todo es blanco o negro. No todo es teta o liberación. Ni bibe o liberación. Los cambios, como se estudia en Psicología, suelen ir del blanco al negro, pero sólo se hacen perdurables cuando, un poco más tarde, se estabilizan en el gris.
Hemos luchado tanto contra lo tradicional, por un lado, y contra la crítica, por otro, que quizás nos hemos llevado por delante cosas que no estaban mal, identificando tradición con opresión y estableciendo la alabanza por sendero. Pero, conforme vamos detectando estos fallos en el Matrix, podemos volver atrás, pasarnos por el forro de los libros los prejuicios y hacer que nuestras familias huelan a Gotitas de oro, cebolla guisada y poder.
BONUS TRACK. Os dejo un minicuento inspirado por todo esto.
MaDreMíA
Este fin de semana quiero que sea per-fec-to. José Manuel lleva unas semanas muy intensas de trabajo y, a juzgar por sus repentinos arranques de ira, está especialmente estresado. Han fichado a dos personas nuevas en su equipo y ponerlas al día se le está haciendo un poco cuesta arriba… Parece que en estos tiempos nadie quiere hacer esfuerzos extra, aunque la empresa lo precise. Se preocupan más de ir a la moda y salir a la hora que de fraguar un compromiso férreo con la marca. No sé a dónde van a llegar con esa actitud, pero bueno. El caso es que creo que mi marido necesita un poco de aire, cortar un par de días con la situación, y para empezar a encarrilarlos ya, anoche me puse el salto de cama de raso y pasó lo que tenía que pasar, jiji. No voy a entrar en detalles, pero yo diría que disfrutó de lo lindo.
Cuando terminó, le preparé en el galán de noche la camisa de piqué que le regaló mi madre, el pantalón azul oscuro casi negro y los zapatos marrones de cordón, que sé que no le encantan, pero es que este hombre es un desastre, y no es consciente de que los castellanos granates le dan demasiada formalidad. Es que le he convencido para que implante en la ofi los viernes smart casual, porque así aprovecho para llevarle los trajes a la tintorería. Yo voy a Los Hermanos, de siempre. Es como hacer un viaje al pasado, a mi infancia. Me imagino entrando con mi madre de la mano, con esa cestita llena de caramelos de miel y limón, el olor a químicos y planchas calientes, la leve brisa del correr de los trajes por el techo y un detallito un poco antiguo pero que me despierta mucha ternura: prendas a nombre de la Señora de Estébanez. Alguien dijo, no sé quién, que su patria era su infancia. Y nada me produce una sensación de bienestar mayor que volver a ella.
Mi madre llevaba los trajes de papá cada mes a Los Hermanos, y siempre me dejaba acompañarla. Hablábamos mucho y, tal como lo veo ahora, aprovechaba los momentos de chicas para ir enseñándome las verdades no escritas de la vida. Gracias a mamá sé que los hombres son muy, pero que muy, pero que muy, pero que muy fisiológicos. Ella me repetía: “con buena cama, buena mesa y una gran dosis de química, tu matrimonio será, por los siglos de los siglos, per-fec-to”.
Por eso, ayer un poco de chupichupi y hoy le he preparado su desayuno favorito: tostada de tortilla francesa, café con leche fresca y un mini zumito recién exprimido. Si le echo más de una naranja le produce ardor y se enfada, pero si no se toma su chupito, sé que el día no le va a sonreír igual. Le he notado un poco serio mientras comía, supongo que concentrado en cómo dominar a la recua de gañanes que le espera en el trabajo. No me gusta que se muestre distante, pero, entre tú y yo, le sienta de bien…
A las ocho en punto nos hemos despedido en la puerta con un abrazo de esos en los que te podrías quedar a vivir (él hace como que le agobian, pero sé que es para hacerse el duro, en el fondo le en-can-tan), y un beso lo suficientemente apasionado para que me lleve en el recuerdo, pero lo bastante parco como para que no llegue al trabajo conmocionado. En ningún caso desearía que mi ardor levantase sus ánimos mañaneros, que en última instancia podrían acabar depositados en el trasero de su subalterna. Desde luego, no es que sea nada del otro jueves la chica, a mí me parece un poco machorra, la pobre, y tiene cartucheras, pero a sus casi cuarenta no se le conoce varón, así que se le debe de poner el corazón a mil cuando ve pasar al jefe, tan apuesto. Entiendo tu situación y la lamento, Marián, pero, guapita (por decir algo): aleja tus garras de solterona tortillera y recolectagatos de este hombre, porque José Manuel ya tiene mujer, y esa mujer soy yo.
Pero, vamos, que lo de Marián son tonterías y no lo tengo ni que pensar. Este fin de semana haré que mi marido se olvide de ella, de su pandero, del estrés, del mal humor y hasta de su propio nombre si es preciso. Por el momento todo va viento en popa: buena cama, buena mesa y la gran dosis de química ya está en camino. De éxtasis, en concreto. Hoy tenemos que cocinar tres kilos en Los Hermanos, un encargo de última hora de los mexicanos, que nunca sabes por donde te van a salir. Haré un pizquín de más para el anís de Josema, y, voilà, fin de semana familiar per-fec-to.
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